Un despertar sin fin
Un despertar sin fin
Era una noche fría en las calles de
buenos aires, él iba caminando por las mismas calles empedradas de siempre,
estaba cansado después de un largo día de trabajo, fumaba el último cigarrillo
de su atado. Se encontraba nervioso por la cita a la que estaba por concurrir,
las manos temblorosas y sudadas eran la clara imagen de su desconcierto, no
sabía que esperar pero estando a minutos del momento clave ya nada podía hacer.
Su paso trastabillante hacía el regreso más incierto. Necesitaba calmarse pero
su mente parecía decidida a pensar todos los aspectos negativos. Los minutos se
le acortaban cada vez más parecía inmensamente corto. Llegaba tarde, como
siempre. Aceleró el paso inconscientemente… comenzó a sentirse perseguido en la
oscuridad abrumadora, cada segundo era aun más ligero y desesperante. Corrió,
corrió el trecho que le quedaba con el simple objetivo de encontrarse a salvo.
Allí la vio y su corazón se aceleró, quería dejar de correr pero su cuerpo se
negaba a hacerle caso. Ella se alejaba, corría y corría pero ella ya no estaba
allí, desconcertado cortó su paso automáticamente. Se giró y ella estaba allí,
asustado quiso abrazarla pero como una nube de verano se desvaneció para
dejarlo nuevamente solo. Despertó tembloroso y desilusionado, ella jamás
volvería a estar en sus brazos, nunca más lo esperaría en aquella esquina,
nunca más vería su sonrisa ni sentiría el calor de su cuerpo. Miró la hora, vio
la fecha, se cumplía un año más de su muerte. Su sueño, su pesadilla, fue el
último recuerdo de la noche de su asesinato, y a pesar de que él había corrido,
jamás remediaría lo que había pasado. Se volvió a recostar resignado, pero aun
así con la esperanza de volver a verla una vez más, solo una vez más.
Claro que era un sueño. Amy ya no
estaba con él. Y eso era todo, ella no estaba y nadie cambiaría ese estado. Su
Amy tan bella y dulce de rizos castaños y sonrisa brillante que opacaba hasta
el sol, sus ojos celestes como el cielo, te invitaban a viajar a través de las
más inesperadas sensaciones. Realmente te perdías en su miraba y él jamás había
podido salir del manto de su encanto. Todavía recordaba con exactitud el olor a
jazmines que desprendía su piel y la suavidad que la misma tenía. Ya no sabía
cuánto llevaba sentado en su cama recordándola pero tampoco tenía intención de
dejar de pensar en ella. No podía evitarlo, ¡Cuánto la extrañaba! Se levantó
lentamente y se arrastró hacia el baño; torpemente intentó arreglarse para
comenzar ese tedioso día, tomó dentífrico y cepillo y miró al espejo…
Recordaba ese día, ella ansiosa por
re decorar su baño lo apuraba para que llegaran al local a tiempo. Hacía
semanas que Amy le hablaba de un espejo de marcos dorados y guardas de flores
labradas "a mano", parecía obsesionada con el maldito espejo, él le había dado
algunas opciones por Almagro pero aun así en una de sus excursiones por Buenos
Aires había dado con el bendito espejo en el mercado de las pulgas. Como
siempre, claro está, lo había convencido de ir por ese vejestorio, pagar una
fortuna y traerlo como piecita de porcelana en el bondi. Reaccionó cuando el
dentífrico calló en su pie después de apretar el pomo producto de su
nerviosismo. ¿Cuánto había pasado de esa tarde? No lo sabía, ni siquiera
recordaba que tenía memorias del espejo de su baño. Terminó de lavarse los
dientes, improvisó algo en su pelo y se dirigió a la cocina. Definitivamente
iba a ser un largo día.
Fechas como estas nunca son
sencillas, siempre están cargadas de emociones que chocan entre sí y por A o
por B siempre alguien termina llorando, no es fácil ni grato ver como la
ausencia de alguien se siente hasta en la más mínima de las cosas. Sabía que
eventualmente su teléfono no pararía de sonar trayendo consigo las mismas
palabras vacías, las mismas lágrimas de cocodrilo, lo mismo, siempre lo mismo.
La gente ante situaciones traumáticas no sabe cómo reaccionar, pareciese como
si un rincón de su cerebro se desactivara para decirte cosas que no querés
escuchar y por más que las repitan una y otra vez no conseguirían nada, porque
el dolor estaba, los malos recuerdos, las sensaciones de vacío y desolación
eran cosas que nada ni nadie podían borrar. “Ella está en un mejor lugar”,
“ella no querría que te pongas así”. ¿Realmente creen que sirve de algo?
Creería que es un vago intento de sentirse mejor con ellos mismos, porque
pueden presuponer cosas pero en temas que traen consigo una muerte jamás tendrán
la respuesta correcta. Quisiera que alguien tuviese una respuesta, la solución
a tanto pesar pero como evitar sentir un desgarro en el alma cuando la persona
con la que se suponía que pasarías tu vida ya no está, en un simple abrir y
cerrar de ojos, ¡ella ya no estaba!. Era frustrante, desesperante y todos los
“ante” que se les ocurra. A pesar de
ello, él había logrado una especia de paz internas después de muchas charlas
con su psicólogo, pero días como este no calificaban para psicoanalizarse.
Él tenía muy en claro que nada había
sido culpa suya pero no podía evitar sentirse mal. Buscó por mucho tiempo una
respuesta lógica a las cosas que estaban sucediendo en su vida pero simplemente
ninguna respuesta le fue satisfactoria. Tomó una cacerola de la alacena, un
paquete de fideos y sin pensarlo mucho improvisó un almuerzo, odiaba cocinar,
nunca había tenido ese toque de corazón del que ella hablaba, Amy siempre tenía
una nueva receta que probar, un nuevo ingrediente, una nueva manera de hacer
cada almuerzo, cena, merienda, desayuno, único. Especial, todo un evento. Su
cocina ahora estaba repleta de cosas que ni entendía, cosas que ella había
comprado, cosas que ella utilizaba con regularidad y que ahora estaban juntando
polvo. Buscó un plato para poner la masa homogénea en que se habían convertido
sus fideos cuando recordó algo más, sus platos no eran simplemente platos, eran
otra marca de su presencia en la casa. Esos platos los compró con objeto de
hacer “cada comida una aventura”. Él le había jurado descifrar lo que había querido decir pero la verdad es
que poco le importó. Otra de las excentricidades de su mujer, algo más con lo
que diariamente se divertía. Pero,¿ a qué se refirió con “aventuras”?
Desesperado sacó la docena de platos, los llevó a la mesa y los colocó uno al
lado del otro… ¡Eran platos por Dios! Definitivamente estaba enloqueciendo. Los
miró detenidamente cuando en las minúsculas guardas de cada uno vio algo, eran…
¿Palabras? Claro que lo eran, y no era una aventura, eran simplemente un
regalo, un detalle para con su persona. Alrededor de cada uno había frases,
canciones, dichos, que ella sabía que a él le gustaban. Cada uno dejaba pie
para el siguiente plato, sonaba tonto, quien comiera en esos platos no se
fijaría en el dibujo ni en nada que ellos estuvieran, solo comería. Como él
había hecho desde el día en que Amy los trajo a casa, culpa, sentía mucha culpa
por haberle mentido pero hoy estaba agradecido de haber descubierto eso, se
notaba que lo había amado, tanto como él a ella. Los detalles más tontos eras
las demostraciones que más apreciaba de su persona, nunca sabías con qué te
podías encontrar pero siempre te haría saber de una forma u otra cuánto le
importabas. Juntó todo, tomó una campera y salió de su casa, ya ni recordaba si
había cerrado la puerta.
Hacía frío, estaba en pleno otoño,
el piso lleno de hojas crujía a su pasar y la brisa le congelaba el rostro, agilizó
el paso con el simple hecho de conseguir un poco más de calor corporal, aceleró
aun más cuando recordó que no tenía lugar donde ir. Lo malo de canalizar toda
tu existencia en una sola persona es que cuando no la tienes te sentís perdido,
él sabía que había personas a su alrededor que habían intentado las mil y una
cosas para que pudiera salir de ese hueco sin sentido en el que se encontraba
pero una nueva actividad, un nuevo deporte de cualquier estilo, un pasatiempo
no era lo mismo que un paseo de su mano, hasta la más mínima cosa dejó de tener
sentido, ella lo era todo y por eso le resultaba tan complicado reconstruir su
vida. Decidió dejar que sus pies lo guiaran por la ciudad, decidió que por hoy,
desaparecería. Cualquier cosa que lo mantuviese alejado de la hipocresía de la
gente. La temperatura bajaba pero por lo menos había encontrado un destino
fijo, el saber que nadie lo esperaba le daba la libertad de tardar cuanto
quisiera y era por eso que más allá de tener todos sus músculos agarrotados continuó
caminando, necesitaba llegar a ese lugar donde su esencia residía como si aun
pasara todas sus tardes allí. Tomó atajos, cruzó calles, trotó en momentos para
evitar congelarse. Una tenue lluvia comenzó a caer pero a él no le importó
mucho, la necesidad de encontrarla era inmensa, necesitaba de ella.
Su mente era una mezcla de vació y
memorias lejanas, cuanto más se acercaba más detalles de ella recordaba, si tan
solo pudiese recordar el sonido de su voz… su voz era tan dulce como el canto
de los ángeles, sabía que soñaba con cantar en algún bar de jazz, soñaba con
teatros y grandes marquesinas pero aun así, su personalidad de niña nunca la
había permitido llevar esa voz más allá de la ducha. Escucharla cantar una vez
más sería el mayor regalo que podría recibir. Y ahora solo tenía silencio… se
estaba acercando al lugar, inconscientemente sus pies le habían dicho cómo
llegar pero no tenía muy claro el cómo, hacía ya mucho tiempo que no iba. Solo
le quedaba cruzar y hacer 2 cuadras a la izquierda, se apresuró aun más al
punto casi de correr, cruzó. Se giró para corroborar el semáforo, una luz lo
encandiló, de refilón sus ojos pudieron verla, estaba del otro lado de la
calle. Se apresuró, sus piernas no daban más pero tuvo que frenarse y comprobar
que no había sido su imaginación, por fortuna no lo había sido y la paz que le
generó lo hizo caminar más despacio. Ya no sentía frío ni le dolían las
piernas, hasta el clima parecía haberse asentado, tal vez es que nunca había hecho
tanto frío solo que él estaba demasiado abatido como para poder sentirse bien
por completo. Su Amy realmente estaba allí, ¿por qué tardaba tanto en poder
abrazarla? Por qué se le hacía tan largo el trecho que los separaba. Amy sonrió
y luego su expresión se volvió gélida. Parecía preocupada, comenzó a llamarla,
primero susurraba su nombre y luego el grito escapó de sus cuerdas vocales,
seguía allí, de pie… Cuando la tuvo de frente quiso abrazarla pero ella se
alejó, por qué le preguntó, ella solo le dijo, “no es correcto, amor mío no es
correcto, no puede ser”. Una lágrima corrió por su mejilla y él se desesperó.
Quiso secarle el rostro pero ella se giró. Le pidió que no lo haga, extrañaba
perderse en sus ojos, ella le dijo “no es correcto, por favor vete de aquí, no
debes estar aquí, debes dejarme ir”. Por qué lo echaba, por qué lo rechazaba de
ese modo, qué era lo que había cambiado entre ellos, todo a su alrededor se
desvaneció como si el mundo entero se negara a devolverle a su Amy, comenzaba a
enojarse, por qué ella no quería volver con él. “No debes estar aquí” repitió y
todo volvió a encajar, todo se volvió calmo, ni la brisa de otoño ni el ruido
de la ciudad, todo se volvió vació, austero, desolado, ella gritó y le dijo:
John no debes estar aquí, por favor vuelve, vuelve… El espacio entre ambos
comenzó a hacerse más grande y el dolor lo invadía, estiró su mano y juró que
sintió el rozar de la mano de Amy. El frío volvía, los sonidos, ella ya no
estaba, otra vez lo había abandonado.
-
¿Señor
me escucha? ¡Llamen a una ambulancia! ¡No! ¡No lo toquen, déjenlo no saben qué
es lo que tiene.
Sonidos, frío, dolor, voces, gritos,
él solo necesitaba de Amy. Sentía manos moverlo de un lado al otro, intentó
abrir los ojos pero los sentía pesados, pegados, como si su cerebro hubiese
olvidado cómo era abrirlos. Respirar también parecía imposible, todo le parecía
imposible, lo único que sabía es que por un momento la había visto y eso no
podía ser bueno. Nada que conllevara ver y/o escuchar a Amy podría ser bueno, qué
había pasado. ¿Dónde estaba?
Como pudo y con un gran dolor y
agotamiento pudo hablar y claro está que lo único que pudo salir de sus labios
fue su nombre, más voces le hicieron preguntas pero solo tres letras era lo que
su cerebro conocía y su corazón necesitaba. Lentamente sintió que sus pulmones
estaban aptos para recibir oxígeno y con una fuerza sobrehumana abrió sus ojos,
todo era muy borroso, le costó enfocar, figuras amorfas veía a su alrededor,
necesitaba moverse o encontrar algo coherente entre toda la gente y lo
encontró. Esos ojos celestes como el cielo, profundos y llenos de paz. Esos
ojos que tanto había mirado estaban allí, se miraron, respiró como si todo el
mundo hubiese encontrado su sentido final, sonrió y se encontró en calma. No
había otoño ni dolor en sus piernas, no había viento que le congelara las
manos, todo era calma y armonía. Con la imagen de esos ojos pudo encontrar la
satisfacción de sentirse realizado porque Amy siempre iba a estar allí y al
final, él estaría con ella por el resto de la eternidad.
-
No
encuentro pulso, ¡pierde los signos vitales! ¡Se nos va!
John falleció esa misma tarde, la
desesperación de un nuevo aniversario de su muerte lo llenó de rabia, fastidio
y tristeza. Nunca había aceptado que la vida es una sucesión de hechos sin
sentido, sentía culpa por no haber podido hacer nada para cambiar el resultado
de las cosas, pero qué se puede hacer cuando el destino está decidido a actuar.
Hasta sus pesadillas lo atormentaban cuando menos lo necesitaba, el había
llegado tarde a su cita, ella había esperado donde no debía, el había estado
trabajando y estaba agotado.
El día que Amy dejó este mundo debía
esperarlo en la esquina de siempre donde se bajaba del bondi al volver al
laburo y allí se encontraría con John para volver juntos a su casa, más el
agotamiento del día de trabajo de John lo habían hecho retrasarse por lo que
Amy comenzó a caminar, en ese pequeño trecho que los distanciaba, una cuadra no
más, John escuchó un grito de auxilio y rogó que no fuera ella quien gritaba,
sin embargo cuando giró en la esquina vio en los 100 metros que los separaba
como un hijo de puta salía corriendo con la mochila de Amy dejándola tirada en
el piso. El hombre que se había llevado con si algo más que un par de cuadernos
y unos pesos en la billetera la había apuñalado justo en las costillas
produciéndole una herida mortal. Cuando John la tomó en brazos al tiempo que
llamaba al 911 ya sabía que era el final, ella lo miró con esos ojos cielos como
pidiéndole que no lo intentara. Esa noche Amy no estuvo más, cuando los
paramédicos llegaron ya fue muy tarde. “Lo siento mucho, no pudimos salvar a su
familia”, Amy tenía un pequeño embarazo de a penas de 3 meses, él no lo sabía y
ni siquiera sabía si ella lo sabía.
John falleció esa misma tarde sin
entender por qué el destino le había jugado esa mala pasada. Pero sabía que el
universo se ocupó de arreglar esa situación para darles una eternidad de
felicidad, una eternidad donde finalmente podrían estar juntos, porque ni la
barrera de la muerte los pudo separar. Porque ya no había nadie que se
interpusiera ellos, serían Amy y John por siempre.
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