Agarrado de los pelos

Ansiedad. No por un hecho puntual, no por algo en particular, más bien como el constante tic tac de las agujas de un reloj en una habitación donde más allá del sillón rasguñado por el gato y la lámpara de noche está ese único y descolorido adorno haciendo tic, tac, tic, tac. Tan insoportable como el fatídico repiqueteo de los vidrios cuando, cansada, te subís al colectivo y apoyás tontamente la cara en la ventana con la esperanza de tomar una siesta.

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